Resumen
Esta investigación concentra en un catálogo único los registros fonográficos del músico boliviano Felipe V. Rivera (1896-1946). El acervo reúne piezas del patrimonial sonoro y musical andino de las regiones del oeste de Bolivia y el norte de la Argentina que actualmente se encuentran dispersas en diversos archivos institucionales, familiares y personales, siendo el más importante el que compiló y custodió Ilda Rivera (1930-2023), quinta hija de Felipe V. Rivera, que actualmente se encuentra en poder de su hijo Horacio Ovando (h), en San Salvador de Jujuy, Argentina. El relevamiento de los archivos incluye la elaboración de fichas detalladas de cada canción registrada por Felipe V. Rivera. La catalogación incluye documentos escritos por Rivera, su correspondencia, material de prensa y fotografías. Simultáneamente, el proyecto incluye la difusión y divulgación de los resultados obtenidos a través de diversos productos y actividades, y la conservación de los documentos en un enlace estable en el servidor de la Biblioteca Van Pelt-Dietrich de la University of Pennsylvania.
Rivera nació en Suipacha en 1896, muy cerca de la frontera que separa a la región de Potosí con Argentina. Realizó una carrera musical prolífica entre 1931 y 1946. Durante sus años de actividad, se dedicó a la recopilación de músicas tradicionales de Bolivia, algunas de la puna jujeña, y a la composición de canciones que lo sobrevivieron y que impregnaron la música popular andina. Aun así, su nombre quedó paulatinamente en el olvido. En ese breve lapso, llegó a grabar alrededor de 350 temas en RCA Victor y Odeon en Buenos Aires. Esta sorprendente cantidad de composiciones y recopilaciones lo situaron entre los músicos con mayor cantidad de registros realizados en la época. La vida y obra de Rivera expresan los matices de las relaciones sociales en la región fronteriza entre Argentina y Bolivia. Su historia es evidencia de la migración del sur boliviano hacia Jujuy y Salta, así como de la importancia de la música en este derrotero. Si bien su proyecto quedó trunco por una muerte temprana, su legado tuvo (y tiene) la hondura suficiente para influir en el camino de la música andina (boliviana y argentina) en las siguientes décadas.
Felipe V. Rivera, en la frontera boliviano-argentina
Rivera nació en la región de Chichas (sur de Potosí) y trabajó como regente de los almacenes de campamentos mineros de Lípez (suroeste de Potosí). Estas regiones estaban unidas por lazos comerciales con el actual noroeste argentino antes de la llegada de los españoles, vínculos que estrecharon durante la época colonial.
Profundizar en la vida y obra de Rivera permite acercarnos a los haces de relaciones sociales de la región fronteriza entre Argentina y Bolivia y la historia de la migración del sur boliviano. Rivera se dirigió hacia Villazón y desde ahí a La Quiaca, donde cruzó el puente fronterizo, en una época en que los límites empezaban a tomar las formas con las que los conocemos hoy día. El ferrocarril modificó los movimientos económicos y políticos de la región e hizo de Villazón, donde Rivera se afinca en 1925, y de La Quiaca, donde se estableció de manera definitiva en 1929, dos pueblos en expansión económica a través de las actividades comerciales, el servicio del ferrocarril y el auge de la minería.
Autodidacta, con grandes condiciones artísticas y dueño de una empeñosa capacidad empresarial, Rivera trabajó como agente de aduanas y administrador de almacenes de distintos campamentos mineros de Chichas y Lípez en el transcurso de su vida. Fue grabador de metales a buril, fabricante de sellos de goma y de metal. Fue poeta e incursionó en las artes escénicas: la danza y el teatro. De todas las actividades que acometió en el curso de su vida, la más importante fue, sin duda alguna, la musical. Supo aprovechar la situación geográfica y la coyuntura histórica que le tocaron transitar para llevar a cabo una empresa comercial que le permitiría echar a andar su proyecto artístico y patrimonial: dejar un registro sonoro de la música boliviana, a través de las nuevas tecnologías que lo permitían.
Entre 1931 y 1946, Rivera tuvo una carrera musical tan prolífica como vertiginosa. Únicamente tuvo que hacer una pausa entre 1932 y 1935, cuando Bolivia enfrentó a Paraguay en la Guerra del Chaco. Esta actividad implicó una tarea altamente relevante de recopilación de músicas tradicionales de Bolivia, algunas de la puna jujeña, y también una tarea de composición de canciones que lo sobrevivieron y que impregnaron la música popular andina, aun cuando su nombre quedara paulatinamente en el olvido. En ese breve lapso, llegó a grabar alrededor de 350 temas en RCA Victor y Odeon en Buenos Aires, una cantidad inmensa de composiciones y recopilaciones que lo sitúan entre los músicos de la época con mayor cantidad de registros realizados.
En 1929, Rivera se asentó en La Quiaca y fundó la Casa Rivera. Esta tienda de ramos generales ofrecía una gama de productos, entre los que incluía electrodomésticos, instrumentos musicales, victrolas y discos. Pocos años después, se convirtió en productor musical, ocupándose al dedillo de todos los pormenores de su carrera musical. Fue también director de distintas orquestas típicas bolivianas con las que dio recitales y audiciones en teatros y radios desde La Paz hasta Buenos Aires.
Las grabaciones de Felipe V. Rivera: géneros, instrumentos, innovaciones técnicas y estilísticas
Rivera incursionó en un sinfín de géneros musicales bolivianos: adoraciones, bailecitos, boleros de caballería, cuecas (el género que graba en más ocasiones), huayños en diversas orquestaciones (con anatas, con sikus, cantados, etc.) y kaluyos; pasacalles, plegarias, tonadas, tristes, yaravíes, trotes, valses, zambas y zapateos, también fox trots incaicos, taquiraris y carnavales del oriente boliviano. A su vez, recurrió a distintas formaciones instrumentales que dieron por resultado un abanico amplio de timbres y texturas sonoras (vibrantes, reverberantes) a través del ensamble básico de dos guitarras, charango, tríos de quenas, concertina y violín. Rivera llamó a su agrupación Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana, aunque en algunos casos este nombre tuvo pequeñas modificaciones o variantes. Dentro de la orquesta aparecían formaciones más pequeñas como un trío de quenas y distintos tríos de canto entre los que participaban Lolita Molina, Mecha Torrejón y Félix de Balois Leaño, tres intérpretes de voces privilegiadas.
El sonido del ensamble instrumental en las grabaciones de Rivera es distinto al que se impuso a partir de la década de 1960 con grupos del neo-folklore boliviano como Los Jairas y Los Payas. La técnica de interpretación de la quena, por ejemplo, aún no había adoptado el uso del vibrato acentuado, del stacatto y del añadido de una segunda quena que haría una segunda voz, por terceras a la melodía principal, todas estas técnicas y búsquedas estéticas, que se impondrán a partir de los aportes de vientistas tan importantes como Gilbert Favre, Los Jairas, y Alcides Mejía, de Savia Andina. En los registros de Rivera, la quena de “Linda Cruceña” hace una segunda voz —apenas audible— a la melodía principal que lleva la concertina. Es notable el caso de “Chongallapana”, uno de los primeros temas registrados por el conjunto de Rivera, donde se escuchan dos voces de quena en terceras con un uso marcado del glissando. Sin embargo, ambos casos son excepcionales.
El charango es omnipresente en las grabaciones de Rivera, como ocurría en la mayor parte de conjuntos y estudiantinas desde principios del siglo XX (Sánchez Canedo 1992, 16). Sin embargo, su función es aún muy limitada, restringiéndose al rasgueo de acompañamiento (por ejemplo, en la segunda parte del tema “Medianoche”). Será a partir de las experiencias de charanguistas como Mauro Núñez y Ernesto Cavour que este instrumento extenderá sus recursos técnicos, tímbricos y expresivos. Aun así, una de las seis primeras piezas grabadas por Rivera en 1931, el bailecito “Amorosa palomita”, contiene una interpretación del charango a cargo del “Indio” Caballero, quien lo ejecuta con mayor sofisticación en el punteo. Esta ejecución, que explora nuevas posibilidades del instrumento, no aparece en las grabaciones posteriores de la orquesta.
La guitarra, al contrario, ha alcanzado para la época un gran protagonismo. Su importancia se explica gracias a que la técnica de interpretación recupera los estilos tradicionales de la guitarra criolla a la vez que amplía sus posibilidades como el bordoneo, o la ejecución de las cuerdas graves en un acompañamiento melódico y rítmico de bajo. Es común que hubiera por lo menos dos guitarras tocando a la vez en la orquesta de Rivera: una realizaba el bordoneo y otra acompañaba rasgueando. Una de las guitarras de la orquesta tiene una innovación de Rivera: lleva seis cuerdas dobles metálicas con afinación tradicional. Es particularmente interesante escuchar el yaraví y huayño “Lamento peruano” (o “Lamento del indio”), realizado a dos guitarras. En esta pieza, luego de un bordoneo al unísono en la introducción, la primera guitarra lleva la melodía con un punteo agudo mientras la otra acompaña arpegiando y aportando algunos sutiles contracantos. Cuando el yaraví da paso al huayño, los dos guitarristas muestran una notable destreza en su técnica de digitación.
Usualmente, un requinto aparece a la base de las dos guitarras y hace arpegios en una octava más aguda. Este instrumento tiene una particularidad ideada por Rivera: está hecho a partir de un caparazón de gualacate, un armadillo o tatú de gran tamaño, lo que le da una apariencia de charango de dimensiones considerables. La sonoridad del instrumento, que se confunde a veces con la del charango, baña muchas de las piezas de Rivera, por ejemplo “El Socavón”.
En las grabaciones aparece de manera recurrente la concertina —de uso extendido en Bolivia, como en el valle de Cochabamba. Este instrumento fue inventado en la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra y fue traído por los ingleses que venían a trabajar en las obras del ferrocarril. A esta base instrumental se suma la mandolina, instrumento habitual de las estudiantinas de la época. Un piano se escucha en muchas piezas, ejecutado con una técnica muy sencilla. Para las grabaciones de 1941, Rivera hacía referencia, además, al uso de un armonio.
Los sikus o zampoñas no formaban parte de la agrupación común de la música criolla, como ocurre con la agrupación de Rivera o con las estudiantinas de la primera mitad del siglo XX. Estos instrumentos continuaron restringidos a su formación en tropas (o bandas) con acompañamiento de percusión. Aunque la Cuarta Compañía del Regimiento Loa ya había grabado en La Paz un repertorio con zampoñas denominándose para la ocasión Orquesta de Sampoña (sic) en julio de 1917, Rivera fue el probable artífice del primer registro de una banda de sikuris. El hecho tuvo lugar en Buenos Aires en abril de 1943, añadiendo presentaciones y audiciones radiales.
Las sikureadas de Rivera son impecables en la interpretación y el uso de matices. Mencionamos el caso de “La Refinada”, una cueca, género criollo (si los hay), interpretada —no obstante— con sikus. Es notable el matiz en la quimba (el estribillo) en el que bombo y redoble paran de tocar y dejan a los sikus acompañados solamente por un triángulo, para luego retomar todos los instrumentos en el jaleo, la frase final de la cueca.
Rivera también incursionó en el registro de las anatas. En total grabó cuatro anateadas con RCA Victor: tres el 11 de enero de 1938: “Los Alegres del Norte”, “Año Nuevo”, “Ay Florcita” y una última el 30 de abril de 1943: “Condorcito”. En todos los casos, se emplean instrumentos de una misma altura con acompañamiento de redoble y bombo.
Otro elemento fundamental en la obra de Rivera se halla en el esmero en las letras y la versificación bien medida, a la que le concedió importante relevancia. En una carta a Ruiz Lavadenz (17 de mayo de1938) le habla de la necesidad del “gusto artístico” (Colección de Ilda Rivera) haciendo referencia, entre otras cosas, a la lírica. Como hemos mencionado antes, Rivera a veces incorpora estrofas suyas en temas tradicionales hasta completar los versos necesarios a la estructura de cuecas, bailecitos o huayños. Además, muchas canciones del repertorio de Rivera están en lengua quechua, como el yaraví “Diusllaguan” (“Solo con Dios”), y algunas otras en aymara. Es común el uso de voces provenientes de ambas lenguas en la mayoría de los registros, tanto en las letras como en los diálogos y coplas incorporados.
Otra característica autoral son los diálogos picarescos que inserta en cada canción, casi siempre antecediéndola. Estos diálogos de su autoría proponen una escena: una fiesta, una comparsa o un rito agrario (por ejemplo, la señalada de un rebaño de chivitos en el huayño “Kancharani”). Los diálogos aparecen a partir de las grabaciones de 1938 y se afianzan como marca de estilo en 1941.
Los diálogos en cuecas, bailecitos y huayñitos picarescos (denominados “humorísticos”) pueden ser chanzas que se profieren un hombre y una mujer. Su composición es mayoritariamente en cuartetas octosílabas con rima asonante, al estilo de los contrapuntos de coplas. Como decíamos, casi siempre describen una situación particular, como ocurre al principio de “La Rotunda”, donde dos tunantes ven por el ojo de la cerradura quiénes se encuentran en la fiesta antes de animarse a entrar. Por último, hay que anotar que casi siempre, en el intermedio entre las partes de cuecas y bailecitos, se declaman coplas picarescas que puede hacer referencia a alguno de los músicos de la orquesta o una dedicatoria especial a algún amigo o pariente.
El proyecto trunco y la influencia de la obra de Rivera
Rivera realizó 160 grabaciones más en la década de 1940. Es probable que la Orquesta Típica Boliviana haya grabado 74 temas en un solo día de 1941, puesto que no contaba con los recursos para quedarse más tiempo en Buenos Aires con todo su conjunto. Toda una proeza considerando que para ese momento la mayor parte de los temas tienen una estructura compleja y teatral –por decirlo de alguna manera–: incluyen diálogos, coplas y chanzas pícaras al inicio y a la mitad de cada tema; además de silbidos, palmadas y risas. Son registros muy vitales, de tipo naturalista, en el marco de situaciones festivas.
Rivera falleció repentinamente en 1946. Estaba a punto de grabar 180 temas nuevos. No llegó a vivir el cambio de tecnologías, como la grabación en cintas abiertas y la aparición de los discos de vinilo y con microsurcos. Su obra quedó plasmada íntegramente en discos de “pasta” de 78 rpm, que se podían escuchar solo para aquellos que conservaran equipos para su reproducción, lo que los llevó hasta su casi desaparición. Sin embargo, esos registros no se desvanecieron. La presencia de este repertorio en el panorama sonoro argentino es evidente, de ahí la importancia del trabajo pionero de Rivera. El trabajo etnográfico muestra qué sus grabaciones impregnaron la memoria popular a través de la tradición oral. La transmisión de estos temas de boca en boca, de guitarra a guitarra, los mantuvieron presentes en fiestas populares de Jujuy y Potosí. Sucesivos registros hechos por muchos músicos populares marcan la vigencia de estas composiciones y recopilaciones hasta nuestros días, aun cuando no se les conozca la procedencia. La guitarra de Rivera, como titula uno de sus huayños, sigue sonando en las cuerdas de otras guitarras, invitando al baile.
La información sobre músicos como Rivera reviste enorme importancia y merece ser más y mejor conocida. El repositorio puede servir de insumo fundamental de investigación y consulta a diferentes posibles interesados, tanto en el ámbito de la investigación como desde una perspectiva social y cultural. Se espera que el acervo patrimonial sonoro y musical en estos registros fonográficos sea accesible para cualquier persona que quiera saber más sobre la vida, la obra y la relevancia cultural e identitaria de este músico boliviano.
Bibliografía básica
Karasik, G. 2000. “Tras la genealogía del diablo. Discusiones sobre la nación y el Estado en la frontera argentino-boliviana. En Grimson. A. (comp). Fronteras, naciones e identidades. La periferia como centro. Buenos Aires: CICCUS-La Crujía.
Rivera, F.V. 1945. El último Cancionero Boliviano. Tercer Volumen. San Salvador de Jujuy: edición del autor.
Sánchez Patzy, R. 2015. Felipe v. Rivera. Un puente fecundo. Música andina en las fronteras. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires y Ministerio de Cultura de la Nación.
Sessa, M. 2009. Sikuris de Susques. Buenos Aires: edición del autor.
Colección de Ilda Rivera
Colección de Radek Sánchez Patzy
Algunos temas de Felipe V. Rivera
Los créditos de cada tema han sido transcriptos tal como fueron consignados por Felipe V. Rivera para su publicación en discos de 78 rpm y en el registro en la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual de Buenos Aires. Hemos respetado la grafía empleada por Rivera para consignar títulos, géneros e instrumentos, por más que no coincidan con el uso corriente al día de hoy.
“Condorcito”, pandilla de anatas. Felipe V. Rivera y su Tribu. Huaiño instrumental. RCA Victor 60-0292 B. Grabación: 30 de mayo, 1943.
“Quita Pena”, cueca. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. Autor: Felipe V. Rivera. RCA Victor 38407 A. Grabación: 11 de enero, 1938.
“No me olvides”, bailecito. Conjunto Felipe V. Rivera. RCA Victor 39346 A. Cantan: La Mecha [Mercedes Torrejón] y Félix B. Leaño. Grabación: 10 de abril, 1941.
“El Chapaco”, huaiño humorístico. Conjunto Felipe V. Rivera. RCA Victor 39012 B. Grabación: 3 de mayo, 1939.
“Lamento peruano” [aparece también con el nombre de “Lamento del indio”], yaraví y huayñito. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. RCA Victor 38947 B. Intérpretes: Daniel Pastor Miranda y Oscar Loayza. Grabación: 6 de mayo, 1939.
“Esmoraca”, huaiño. Felipe V. Rivera y su Banda de Cicuris. RCA Victor 60-0411 B. Grabación: 6 de abril, 1943.
“Titicaca”, trote. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. Autor: Felipe V. Rivera. RCA Victor 38611 B. Grabación: 11 de enero, 1938.
“La guitarra de Rivera”, huayñito. Conjunto Felipe V. Rivera. RCA Victor 39346 B. Cantan: La Mecha (Mercedes Torrejón) y Félix. B. Leaño. Grabación: 10 de junio, 1941.
“Chongallapana”, yaraví. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. RCA Victor 47683 B. Grabación: 6 de mayo, 1931.
“Ley seca”, taquirari. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. RCA Victor 38873 B. Grabación: 6 de mayo, 1939.
“Medianoche”, yaraví-huayñito. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana. RCA Victor 38892 A. Grabación: 3 de mayo, 1939.
“El socabón” [El socavón], plegaria y huayñito. Conjunto Boliviano Felipe V. Rivera. RCA Victor 60-0179 B. Cantan: La Mecha (Mercedes Torrejón) y Lolita (Dolores Molina). Grabación: 15 de abril, 1943.
“El tormento”, cueca. Felipe V. Rivera y su Orquesta Típica Boliviana RCA Victor 39012 A. Estribillo cantado por trío. Grabación: 3 de mayo, 1939.
“Domingo de carnaval”, pasacalle. Conjunto Felipe V. Rivera. RCA Victor 60-0281 A. Cantan: La Mecha (Mercedes Torrejón) y Lolita (Dolores Molina). Grabación: 30 de abril, 1943.
“Kancharani”, huaiño. Felipe V. Rivera y su Banda Boliviana de Cicuris. RCA Victor 60-0087 B. [Recopilación:] Felipe V. Rivera y D. P. Miranda. Grabación: 7 de abril, 1943.