Esta instalación multimedia lleva a los espectadores a un viaje laberíntico a través de cuatro estaciones, presentándose como una huaca andina, un lugar sagrado. Desde este punto de vista, critica la construcción occidental y heterosexual del proyecto colonial que comenzó en 1492, destacando el papel instrumental que tuvieron los perros en los actos de tortura. Destaca que este proyecto represivo no concluyó con el fin de la era colonial, sino que, por el contrario, multiplicó persistentemente su poder a través de manifestaciones contemporáneas como las fronteras, las fuerzas policiales y los centros de detención para extranjeros. Además, la instalación recupera formas de resistencia espiritual que han perdurado en Abya Yala, el nombre indígena de las Américas, a pesar de la violencia en curso. Para darle vida a esta instalación, el colectivo detrás de ella ideó “paredes blandas” inspiradas en las imágenes y collages que crearon durante su residencia en el Australian Print Workshop en Melbourne en 2019. Estos elementos se combinaron con un piso de arena, iluminación variada, fragancias, grabaciones de audio y videos. El viaje culmina con una celebración del “perreo”+N25, un baile asociado con la música reggaetón. Uno de los mensajes centrales que transmite la instalación es la afirmación de que la culpa no recae en las comunidades marginadas, sino en las estructuras dominantes blancas y cristianas. Al desafiar e interrogar estas dinámicas de poder, la obra invita a los espectadores a examinar críticamente el legado del colonialismo y sus implicaciones actuales, al tiempo que abraza y celebra las formas de resistencia y resiliencia que siguen dando forma a Abya Yala.